Os contaré una curiosa historia:
Un señor vendía bocadillos en un pequeño establecimiento
al lado de la carretera. Siempre estaba lleno de clientes. No porque fueran
bocadillos baratos, sino porque eran espectaculares. El propietario era
amabilísimo, siempre parecía contento e ilusionado. El negocio funcionaba muy bien.
Un buen día recibió una carta de su hijo, que estaba
haciendo un MBA en una universidad muy prestigiosa: “Padre, ¿Qué tal va con la crisis?”.
El padre contestó: “Hijo, ¿Qué crisis? Si aquí va todo estupendamente”.
La respuesta de su hijo lo desconcertó: “Pero ¿no te
has enterado? Hay una crisis tremenda. Tienes que tomar urgentemente medidas”.
Ante esta carta, el negociante empezó a preocuparse y a hacer cábalas: “Quizás estoy
comprando jamón y queso demasiado buenos”.
Así que empezó a comprar un producto más económico,
jamón un poco peor, queso un poco peor… Empezó también a comprar en menor
cantidad. También cambio de actitud, estaba más tenso… Y, poco a poco, cada vez
iba menos gente a su negocio.
Con la caída de clientes, reflexionó: “Lo que me
dijo mi hijo es verdad”. De modo que
redujo aún más sus gastos y aumentó su ansiedad. Los clientes se dieron cuenta.
Ya no querían comprar allí sus
bocadillos porque, además, aunque a veces paraban, los bocadillos ya se habían
acabado. Y así aquel buen hombre tuvo finalmente que cerrar.
Inmediatamente escribió a su hijo: “¡Que ciego era! Todo lo que augurabas era
cierto. No me había dado cuenta de la crisis que había”.
Tengo varios amigos que tienen empresas. No os podéis
imaginar cómo les va de bien en una época tan difícil como la actual. Todos
ellos tienen una mentalidad positiva. Donde otros se están quejando, ellos
están haciendo. Donde unos dicen “no se
puede”, ellos están viendo que sí se puede. Donde unos aseguran “es muy difícil ir allí,
imposible”, ellos están yendo.
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