Viajar nunca es una
cuestión de dinero, sino de coraje. Pasé gran parte de mi vida recorriendo el mundo como
un hippy y, ¿qué dinero tenía
entonces? Ninguno.
Apenas tenía para el billete, pero aun así creo que fueron
algunos de los mejores años de mi juventud: comiendo mal, durmiendo en
estaciones de tren, incapaz de comunicarme por culpa del idioma, viéndome
obligado a depender de otros incluso para encontrar un techo donde pasar la
noche.
Después de mucho tiempo en la carretera, escuchando
una lengua que no entiendes, usando un dinero cuyo valor no conoces, caminando
por calles por las que nunca has pasado, descubres que tu amigo Yo, con todo lo
que ha aprendido, es absolutamente inútil ante esos nuevos desafíos y empiezas
a darte cuenta de que, enterrado en el
fondo de tu subconsciente, hay alguien mucho más interesante, aventurero,
abierto al mundo y a las nuevas experiencias.
Para llegar un día que dices “¡basta!”. Para mí
viajar se ha convertido es una monótona rutina. Pero no, no basta. Nunca va a
bastar. Nuestra vida es un constante viaje. El paisaje varía, la gente cambia, las necesidades se transforman, pero
el tren sigue adelante. La vida es el tren, no la estación. Y lo que has
estado haciendo no es viajar, es cambiar de países, lo cual es completamente
distinto.
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