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miércoles, 18 de junio de 2014

De Amores y Naranjas Enteras

La mayor parte de las películas, series o novelas tratan del Amor, con mayúsculas, de cómo conseguirlo y cómo lograrlo. Menos se trata lo que viene después. Así, se ha incrustado en nuestras consciencias sensibles ese mito del amor absoluto, fusión eterna e indisoluble, que de alguna manera se expresa en esa peligrosa metáfora mistificada de que cada uno de los cónyuges contribuya la “media naranja”.

Encontrar “su” media naranja, con la dificulta que entraña, es en el fondo una apuesta extraordinariamente peligrosa para cualquiera. Implica apostar, nada menos, no por un ser completo en sí mismo, sino solo por la mitad de “algo” siempre difícil de definir o, lo que resulta más peligroso, solo la mitad dependiente de alguien, que no por casualidad, por historia, tiende a ser el varón.

Cada uno de nosotros nacemos y morimos solos. Somos una vida completa, una naranja y no media. Y dos naranjas completas, frescas y jugosas, se acoplan muy mal entre sí. Si se aprietan se rompen y sale jugo, que se desperdicia, que no nutre a la otra. Siempre me ha resultado curioso el símil, que solo se explica en el supuesto de la renuncia a la mitad de uno. Es la única forma en que las medias naranjas, con una superficie lisa, pueden acoplarse. Pero, entonces, ¿qué se hace con las dos medias que se desechan? La pretensión de recuperar la “media naranja” desechada por alguno de los cónyuges, y no al mismo tiempo, pudiera ser una forma de interpretar parte de los conflictos matrimoniales.


Fuente: Por qué las cosas pueden ser diferentes. Reflexiones de una jueza (Clave Intelectual), de Manuela Carmena.

jueves, 5 de junio de 2014

Deja de Buscar Culpables



A todos nos gustaría arreglar los problemas con soluciones fáciles, definitivas e infalibles. Pero previamente a encontrar soluciones, nuestro cerebro (el cual busca siempre conocer las causas de todo aquello que ve suceder a nuestro alrededor) quiere encontrar culpables, ya sean cosas o personas. ¿Por qué esa búsqueda? Pues porque cuanto más sepamos sobre las causas de los acontecimientos, menos sitio creeremos dejarle al alzar en nuestras vidas y más control nos parecerá tener – de hecho, lo tendremos – sobre lo que nos rodea (…).

Así pues, parece instintivo, casi inevitable, el querer cargar la culpa de cualquier suceso sobre los hombros de los demás, de determinadas circunstancias o de nosotros mismos (…). Da la impresión de que, unas vez encontrado u ajusticiado el culpable, se tendrá la solución. “Muerto el perro, muerta la rabia”, dice la sabiduría popular.

Sin embargo, las cosas no son siempre así de sencillas (…).

Echar la culpa a los demás equivale a que nuestro bienestar no dependa de nosotros, sino de terceros. Si achacamos a los demás y al mundo todas las culpas de lo que nos suceda estaremos renunciando a las múltiples posibilidades y a todo el poder que como seres humanos tenemos. Echar la culpa a los demás es una forma de huida.

Yo no quiero dejar de tener poder sobre mí mismo. Me niego. No quiero que mi felicidad deje de depender, como de hecho depende, de mí (…).

No son ni las tesituras difíciles, ni las situaciones injustas, ni las personas insufribles las que nos hacen sentirnos mal. ¿Ayudan? Por supuesto. Pero somos sobre todo nosotros mismos los que creamos lo que sentimos.

Fuente: Ser feliz es fácil. La felicidad se puede aprender, de Clemente García Novella (Ediciones B).