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miércoles, 18 de junio de 2014

De Amores y Naranjas Enteras

La mayor parte de las películas, series o novelas tratan del Amor, con mayúsculas, de cómo conseguirlo y cómo lograrlo. Menos se trata lo que viene después. Así, se ha incrustado en nuestras consciencias sensibles ese mito del amor absoluto, fusión eterna e indisoluble, que de alguna manera se expresa en esa peligrosa metáfora mistificada de que cada uno de los cónyuges contribuya la “media naranja”.

Encontrar “su” media naranja, con la dificulta que entraña, es en el fondo una apuesta extraordinariamente peligrosa para cualquiera. Implica apostar, nada menos, no por un ser completo en sí mismo, sino solo por la mitad de “algo” siempre difícil de definir o, lo que resulta más peligroso, solo la mitad dependiente de alguien, que no por casualidad, por historia, tiende a ser el varón.

Cada uno de nosotros nacemos y morimos solos. Somos una vida completa, una naranja y no media. Y dos naranjas completas, frescas y jugosas, se acoplan muy mal entre sí. Si se aprietan se rompen y sale jugo, que se desperdicia, que no nutre a la otra. Siempre me ha resultado curioso el símil, que solo se explica en el supuesto de la renuncia a la mitad de uno. Es la única forma en que las medias naranjas, con una superficie lisa, pueden acoplarse. Pero, entonces, ¿qué se hace con las dos medias que se desechan? La pretensión de recuperar la “media naranja” desechada por alguno de los cónyuges, y no al mismo tiempo, pudiera ser una forma de interpretar parte de los conflictos matrimoniales.


Fuente: Por qué las cosas pueden ser diferentes. Reflexiones de una jueza (Clave Intelectual), de Manuela Carmena.

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