Cuando tienes veintitantos,
circunstancias de la vida que te han rodeado hasta ahora cogen otro
punto de vista. Se conoce como la “crisis del primer cuarto de vida”.
Un día te
miras al espejo y aunque no lo hayas notado, sabes que ya no eres la
misma de hace un par de años. Esa inseguridad de la adolescencia ha
desaparecido y ya tienes tu personalidad, tus opiniones, tu estilo y tus
gustos forjados. Ríes con más ganas y te das cuenta de que el ochenta
por ciento de los problemas no son tan graves. El círculo de amigos se
ha reducido en número pero aumentado en calidad, aprendemos a valorar
los “planes de día”, y el gusanillo de conocer mundo está a flor de
piel, así que siempre es buena idea una escapada a algún rincón nuevo.
Salir
de fiesta tres días cada fin de semana es vivir al límite. Con la
resaca de una noche ya tenemos para una semana, los ligues de discoteca
te empiezan a parecer vacíos, y pillarse la borrachera del siglo ha
pasado de ser divertido a penoso. En su lugar, nos das un bar, buena
compañía, unas cañas y un poco de música de fondo… y no nos mueve
nadie.
Antes
con cualquier cosa nos conformábamos, ahora enseguida distinguimos lo
bueno de lo mediocre, en lo material y en las personas, y entiendes que
el secreto de todo está en los detalles.
Tenemos hambre de futuro y ansia por llegar a ser alguien. Con los
estudios, el trabajo o lo caseros que nos volvemos a veces, va siendo
más difícil coordinar horarios y ver a tu gente, y cada vez disfrutas
más de un café como excusa para poneros al día.
Queremos
crecer, sí pero no. A veces te comportas como si tuvieras 18 años, y
otras piensas que cada día te pareces más a tu madre. Estamos más
abiertos a otros puntos de vista, a gente nueva y a amores diferentes.
El día menos pensado encuentras a tu chico y te preguntas cómo has
podido vivir sin él todo este tiempo, o quizás te acuestes por las
noches y te preguntes por qué no puedes conocer a una persona lo
suficientemente interesante como para querer conocerle mejor. Los años
van pasando demasiado rápido, y de fondo solo escuchas: “¡Los veintitantos
será la mejor época de tu vida!”, y un canguelo te empieza a invadir
haciendo que te preguntes: ¿Realmente estoy aprovechando “la mejor época
de mi vida”?
La respuesta
me la dio uno de esos taxistas sabios que durante el trayecto,
preguntes lo que preguntes, acaba filosofando sobre la existencia
humana. Vino a decirme algo así como que la mejor edad, la mejor etapa
de la vida, es la que tenemos en este momento. Cada una tiene sus
aspectos positivos y deben ser valoradas de forma diferente. Solo hay
que saber disfrutar cada cosa a su tiempo y pensar que mientras dura,
sea la crisis que sea, estaremos viviendo los mejores años de nuestra
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario